

Hay algo profundamente inquietante en ver a un niño, niña o adolescente con una camiseta de fútbol que luce, en el pecho o en la manga, el nombre de una casa de apuestas. El fútbol -ese lenguaje universal que atraviesa generaciones, barrios y sueños- se ha convertido, sin demasiada resistencia, en una de las principales plataformas de publicidad para un negocio que se nutre de la ilusión, la inmediatez y la vulnerabilidad; me refiero a las apuestas online.
Según la guía Zoom a las apuestas online publicada por UNICEF en marzo de 2025, ocho de cada diez adolescentes en Argentina accedieron o conocen a alguien que ha ingresado a sitios o aplicaciones de apuestas en el último año, y el 37% lo hace con frecuencia o a diario. Más alarmante aún, el 80% de esos ingresos se realiza en plataformas ilegales, sin controles de edad ni mecanismos de seguridad. Es decir, adolescentes apostando dinero (propio o ajeno) desde sus casas, muchas veces bajo la mirada distraída de los adultos y la seducción constante de la publicidad deportiva.
Las camisetas de fútbol se han transformado en una suerte de cartelera ambulante del azar. Equipos de primera división, torneos internacionales y hasta clubes de barrio exhiben con orgullo sponsors que promueven las apuestas deportivas. Se trata de un fenómeno que, como advierte UNICEF, normaliza el juego de azar entre las infancias y juventudes, reforzando la idea de que “apostar” es una forma legítima y divertida de participar del deporte. El problema es que ese mensaje, repetido con cada transmisión, con cada influencer y con cada bono de bienvenida, oculta riesgos reales tales como el endeudamiento, pérdida del control, aislamiento, e incluso ludopatía digital.
El corazón de esta problemática late en tres planos; me refiero a la publicidad, la regulación y la cultura digital. En el primero, resulta urgente cuestionar la ética de los clubes de fútbol y las ligas deportivas que se financian mediante contratos millonarios con casas de apuestas. El deporte que debería educar en valores como la superación, el trabajo en equipo y la resiliencia, hoy se asocia a la lógica del “todo o nada”, del resultado inmediato y la ganancia fácil. Si a eso se suma la omnipresencia de influencers que promocionan estas plataformas ante millones de seguidores adolescentes, el escenario se vuelve preocupante.
En el plano regulatorio, Argentina enfrenta un vacío evidente; cada provincia decide cómo controlar el juego online, pero no existe una norma nacional (aunque se sabe que los legisladores nacionales están trabajando fuertemente en ello) que restrinja la publicidad o que prohíba expresamente el patrocinio en eventos deportivos y camisetas, como sí ocurre en países como España o el Reino Unido. No se trata de censura, sino de coherencia con los principios de protección de la niñez que el propio Estado argentino asumió al ratificar la Convención sobre los Derechos del Niño. Si apostar dinero está prohibido para personas menores de 18 años, ¿cómo se justifica que uno de sus deportes favorito los incite a hacerlo?
Las propuestas deberían ir más allá de los límites normativos
Se requiere una política pública integral que articule una regulación estricta de la publicidad de apuestas online, prohibiendo su presencia en camisetas, transmisiones y contenidos digitales dirigidos a niños, niñas y adolescentes. También campañas educativas que promuevan pensamiento crítico frente a la cultura de la “plata fácil” y que fortalezcan el acompañamiento adulto en los entornos digitales. Asimismo, transparencia en los contratos deportivos, exigiendo que las federaciones informen los vínculos comerciales con casas de apuestas. Y colaboración entre clubes, escuelas y organizaciones de infancia para diseñar programas de prevención y detección temprana de ludopatía digital.
En definitiva, las adolescencias necesitan espacios de juego, no de apuestas. Necesitan entrenar sueños, no probabilidades. Y los clubes, las empresas y los medios tienen la responsabilidad de no transformar su pasión en un mercado de riesgos.
El desafío es colectivo; construir una cultura digital y deportiva que vuelva a poner el juego en su lugar original (como derecho, no como negocio); porque cuando apostar se vuelve cotidiano, lo que está en juego no es dinero, sino el futuro de una generación.
(*) Juez de Cámara de Responsabilidad Penal Juvenil de Catamarca. Profesor adjunto de Derecho Penal II de la Universidad Nacional de Catamarca. Miembro de la Mesa Nacional de Asociación Pensamiento Penal. Miembro del Foro Penal Adolescente de la Junta Federal de Cortes (Jufejus). Miembro de Ajunaf. Miembro de la Red de Jueces de Unicef.


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